El Plan Director. Tipos, fases y errores comunes.
Enfrentarse a la elaboración de un plan director para un municipio arroja los primeros síntomas de voluntad del municipio por iniciar un camino estructurado hacia la aplicación de inteligencia en la ciudad. Lamentablemente si el orden y la inteligencia no necesariamente van de la mano, mucho menos si añadimos a la ecuación las variables de utilidad y viabilidad de los proyectos.
Qué hay notables esfuerzos por realizar de manera constructiva estos planes es algo patente. Qué hay municipios que pretenden abordar su acercamiento (o su etiquetado) como ciudad inteligente (smart city para los amantes de anglicismos marketinianos) a través de hojas de ruta más o menos meditadas, un hecho cada vez mas frecuente.
Lo cierto es que abordar el plan director supone un verdadero quebradero de cabeza similar al enfrentamiento ante un puzzle de muchas piezas que debe, por una parte, encajar a la perfección y por otra conformar una silueta aceptable de proyectos y actuaciones realizables y sostenibles.
Y lo cierto también es que el plan director suele estar basado en indicadores aceptados como la Smart Wheell que representa un conjunto de más de 100 indicadores para medir la ciudad inteligente y que se basa en numerosos trabajos entre los que destacan los del Center of Regional Science at Vienna University of Technology, el trabajo realizado por Siemens Green City Index, y el «Modelo Territorial» de Buenos Aires, además de otros.
Analizando la complejidad de la Smart City Wheel y aplicando el conjunto de indicadores parece casi imposible para un municipio completar la circunferencia que nos lleve a ser una ciudad inteligente completa de manera que el modelo ha quedado relegado a la elaboración de rankings sobre las ciudades que, de un modo u otro, más cercanos están a cumplir con una etiqueta, la de Smart City, que carece de escalas adaptadas y de una normalización expresa.
El modelo de indicadores Smart Wheel ha quedado relegado a la elaboración de rankings. Aplicado al plan director en su totalidad dan como resultado un abultado número de acciones, muchas de ellas poco viables o innecesarias desde un punto de vista práctico que sólo hacen subir posiciones en el ranking sin mucha más utilidad.
Entrando en materia y como metodología ampliamente aceptada, el plan director de ciudades inteligentes debe contener al menos:
- Un análisis de la situación y problemática del municipio.
- Un inventario de productos y servicios, a ser posible con una valoración y señalamiento de las oportunidades de mejora.
- Un plan estratégico con proyectos categorizados.
- Un plan operativo donde se definan las fases de ejecución y (muy importante y muchas veces obviado) la sostenibilidad temporal tras la ejecución de las acciones (mantenimientos, financiación, etc.).
Aceptada dicha estructura la realidad nos aboca a encontrarnos con una perversión casi constante en la elaboración del documento que, lejos de constituirse como un dogma de fe, debería tratarse de un documento vivo que evolucione de manera proactiva a los constantes cambios que un territorio sufre en función de sus circunstancias y objetivos. Por desgracia es muy habitual encontrar algunas tipologías de plan director cuya malévola definición pasamos a describir agrupados por sus puntos débiles.
- El plan director gaseoso: Es aquel que trata de ocupar todo el espacio de la ciudad inteligente. Aborda sin piedad cada una de las áreas susceptibles de ser abordadas sin tener en cuenta, en muchos casos, las necesidades reales. Suelen dar como resultado un documento ilegible por extenso que acaba en unas conclusiones presupuestarias muy alejadas de las posibilidades reales del municipio. Su ciclo de vida, lamentablemente por su coste, suele ser: Elaboración, presentación y archivo.
- El plan director paquetizado: Se caracteriza por «inspirarse» en planes ya realizados (que muchas veces ya arrastran «inspiraciones» anteriores. Suele tener una gran profusión de comandos Ctrl-C, Ctrl-V en el texto y una redacción que resulta familiar a base de tópicos que a fuerza de repetirse no hacen si no confirmar la carencia de originalidad. Pero el problema no reside en la «inspiración» sino en su falta de adecuación a la realidad del municipio. Tienen como ventaja (en el mejor de los casos) su poco tiempo de redacción y como desventaja su poca practicidad real a la hora de la puesta en marcha de los proyectos que muchas veces obvian las necesidades reales.
- El plan director perverso: Aquellos que basan sus criterio en la adaptación de los servicios del municipio al porfolio de productos de la empresa (¡qué denostada la acepción de empresa consultora!). Suelen tener una gran profusión de criterios técnicos y tienen como objetivo la aplicación, muchas veces desmedida, de tecnología prêt à porter doblegando los conceptos de inteligencia de ciudad a una mera suerte de productos software y hardware como si su mera adopción nos arrojase a la tierra prometida de la eficiencia.
- El plan director «Low Cost»: Constituyen un ingente esfuerzo de ingeniería de conceptos en la que se aplica la etiqueta smart a cualquier acción con un mínimo (aunque no imprescindible) componente tecnológico que emprenda el municipio. Que se compran ordenadores nuevos para los funcionarios «es una inversión para mejorar la inteligencia en la gestión de procedimientos = smart gov«. Que se cambian los semáforos de la ciudad «se ha procedido a la mejora de la eficiencia energética de la señalización de tráfico = Green City«. Que se pone en marcha una aplicación móvil con puntos de interés de la ciudad «hemos mejorado la experiencia del turista = smart destination«. Básicamente es un plan director elaborado a golpe de proyecto ya hecho o en vías de ejecución sin incidir en la problemática real y carente de una base estratégica. El resultado suele ser un conjunto de felices ideas inconexas que hacen recordar la teoría de los sistemas:
La teoría de los sistemas que afirma que el todo no es la suma de las partes sino que es
algo superior. Siguiendo esta ecuación, la interrelación de cada una de las células
(que no son solo individuos), genera un organismo mayor, con propiedades que
superan a las de cada una de las partes… Pero esa manifestación puede crear
una “inteligencia” mayor o una “estupidez” mayor (hay células que enferman y
destruyen al organismo). Para determinar la inteligencia que hay en una ciudad
habrá que analizar cómo evolucionan las partes y el todo, conocer su capacidad
conectiva y organizativa.
Un acercamiento sensato al plan director y la ejecución de proyectos.
Proponemos aquí una manera diferente de hacer las cosas. Adoptando (que no adaptando) la redacción del plan director desde un punto de partida que pivote sobre tres ejes principales:
- Necesidad. Identificando proyectos que realmente aporten una mejora y avance en la gestión, eficiencia, pero sobre todo un cambio en la manera de hacer las cosas en la ciudad al mismo tiempo que dan una respuesta válida a la resolución de problemas detectados, sectorialmente pero aplicables al conjunto de la ciudad. Es decir, abordar soluciones a problemas que ofrezcan valor añadido a través de la interconexión o incluso reutilización de los nuevos sistemas.
- Oportunidad. Proyectos cuya realización supone una oportunidad bien de posicionamiento en un subconjunto de acciones, bien, o incluso además, porque son susceptibles de ser realizados en base las líneas de financiación detectadas.
- Viabilidad. No solo en su ejecución, si no en su posterior permanencia en el tiempo adoptando modelos de negocio que faciliten su autogestión, elementos útiles que justifiquen de manera incontestable su permanencia en el tiempo, pero sobre todo en sintonía con las posibilidades reales del municipio.
En la confluencia de estos tres ejes encontramos las líneas factibles de un plan director de ciudades inteligentes y que dará como resultado una hoja de ruta clara, realizable y rentable a efectos de eficiencia, solución de problemas y viabilidad.
Pero no acaba aquí el trabajo del plan director. De nada sirven los esfuerzos de las administraciones en la adopción de modelos o proyectos de ciudades inteligentes si de ellos no se desprende un plan específico para cada acción que potencie la percepción de mejora en el ciudadano.
Todo esto se entiende mucho mejor desde el recurrente prisma de los ejemplos:
Imaginemos un municipio donde se ha detectado un problema en la recogida de residuos que se desglosa en una poca optimización de las rutas del camión de la basura (que tiene como resultado mayor tiempo en la recogida, desborde de contenedores, profusión de enseres en la vía pública, etc…), poca concienciación social (deposito de residuos fuera del horario establecido en la ordenanza, poco uso de los contenedores de reciclado, etc.). En definitiva un servicio deficitario en su ejecución que da como resultado una percepción, muchas veces real, de «ciudad sucia y poco eficiente».
Aplicando nuestro modelo:
Necesidad: Está clara, mejorar el servicio de recogida de residuos.
Oportunidad: Iniciariamos un análisis para detectar la oportunidad de mejora, sobre todo en términos de viabilidad financiera a través de la obtención de ayudas dentro de líneas subvencionables, potenciando la obligación de contratista mediante la obligación de adopción de sistemas por parte de contratista en el clausulado del pliego. Adopción de medidas paliativas de mínima inversión, etc…
Viabilidad: Estudiando los costes del sistema y proponiendo la aplicación de la solución de forma global o parcialmente en aquellas zonas que se detecten como críticas. Rentabilizando la inversión con la utilización de los datos generados de la aplicación de las acciones para generar análisis de evolución que nos indique si se está reduciendo (o aumentando) la cantidad de residuos, aplicando modelos que permitan preveer picos en el servicio o disminución del mismo, etc.
En definitiva y tras la adecuación a la realidad de municipio, planteando un proyecto seguramente basado en sensorización de los contenedores de basura y su entorno inmediato que permita:
- Optimización de las rutas de recogida
- Detección de enseres en la vía pública (cuya recogida de manera proactiva permitiría la mejora de percepción en el servicio y la sensación de calle limpia.
- Reducción de costes en el tratamiento de residuos al potenciar el reciclado.
Pero para nosotros el proyecto no estaría completo sin la sugerencia, mas allá de lo elementos tecnológicos y procedimentales de la prestación del servicio, de acciones que induzcan a la mejora en el hábito del ciudadano. Así estableceríamos sistemas que permitiesen que el usuario acumulase puntos cumpliendo diferentes hitos (sacar la basura en el horario, adecuado, utilizar los contenedores de reciclaje, avisar a los servicios de recogida de enseres, generar menos basura, etc.) de manera que estos puntos pudiesen transformarse en una prestación directa y perceptible como mejora del usuario:
- Reducción en las tasas de recogida de basuras
- Canje por servicios municipales como utilización de pistas deportivas, entradas a museos etc…
- Gamificación con competiciones acotadas al entorno «El que menos basura genera de mi barrio»
En definitiva completar el circulo atendiendo a la necesidad de solución del problema, aprovechando las oportunidad/es que genera el propio servicio o de terceros de una manera que favorezca la viabilidad del proyecto y que, sobre todo, aporte una percepción directa de mejora al ciudadano.
No nos vamos a engañar. Adoptar esta nueva manera de hacer las cosas seguramente no situará a nuestro municipio en lo alto de los rankings de Smart Cities, pero sin lugar a dudas proporciona una manera inteligente de aplicar la inteligencia en las ciudades.
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